La cascada roja


ATENCIÓN: RELATO +18

Gotea, siguiendo un ritmo de música celestial, un compás milagroso inalcanzable para cualquier artista convencional sea cual fuere su inspiración o habilidad. La habitación estaba envuelta en la oscuridad, salvo por una bombilla parpadeante, tililante, colgando de un cable que la hacía oscilar en el centro de la estancia con un aire tétrico, inquisitorio, como si un espíritu alojado en la lámpara vigilase el lugar.

Bajo la bombilla, un hombre, de unos veintiséis o ventisiete años, miraba hacia el suelo. Vestía unos pantalones vaqueros algo desgastados, una camiseta blanca y una sonrisa en la cara, una sonrisa cambiante por momentos, cada vez más exagerada y forzada, hasta el punto de afectar a todo su rostro tornándolo una mueca terrorífica, una paranoica mezcla de felicidad e ira.

Frente a él, había otra figura, encadenada y sujeta a una tabla de madera, tratando en vano de liberarse, a pesar de que no podía mover más de un milímetro ninguna parte de su dulce y hermoso a la par que patético cuerpo. Tenía unos pasionales e intensos ojos verdes, profundos y luminosos al mismo tiempo, cautivadores, cuya mera observación sumergía al más templado de los hombres en la infinita y primaveral pradera que eran. El pelo oscuro, con destellos del color rojo anaranjado del fuego, tanto que parecía poder prenderse en cualquier momento, caía por sus hombros hasta sus pechos desnudos como una catarata furiosa, como un caballo desbocado.

El hombre cogió un cuchillo de cortar verdura de su cinturón con una mueca teatral, con el gesto de un mago que saca una paloma de su sombrero, y comenzó a andar tambaleante, oscilando el cuchillo, tal y como andaría un borracho tras beber una botella de vodka, mientras su sonrisa se hacía más y más terrorífica y sus ojos se inyectaban en sangre. A un metro de su víctima, se paró en seco como si fuese una marioneta a la que le han cortado los hilos, alzó la cabeza y comenzó a reír a carcajadas. Dio dos pasos hacia delante y apoyó la punta del cuchillo en la cara de la muchacha, a unos escasos dos milímetros de su cara.

El cuchillo se clavaba bajo el ojo de Elinoa de forma inquisitoria, pareciendo querer decirle algo, algo que había hecho y por lo que estaba siendo castigada. No encontró motivo alguno, salvo la maldad innata de la raza humana que impulsaba a su agresor a mantenerla allí. El cuchillo comenzó a descender, con su plateada y rutilante punta tiñéndose de carmesí mientras trazaba un surco perfecto, recto, desde el ojo hasta el cuello. Elinoa gritó y lloró, desesperadamente. Las lágrimas saladas se clavaron en su herida, provocándole un escozor insoportable.

Con otro movimiento de prestidigitador, el hombre repitió incisiones y cortes por toda la cara de Elinoa, formando una cuadrícula perfecta. Se alejó un momento y extendió el brazo, colocando el cuchillo de forma vertical frente a la cara de la muchacha, observando su obra de arte con el ojo de un pintor. Saltó hacia delante y clavó el cuchillo en el muslo de la joven, del cual empezó a manar la sangre. Cogió otro cuchillo de su cinturón, esta vez uno más fino, casi un bisturí.
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– Tranquila, vas a estar preciosa, más aún de lo que ya eres, vas a convertirte en arte.-

Agarró a la desesperada e inocente joven por la barbilla y la besó con intensidad, con pasión, con la fuerza de un fuego incontrolable. Retiró súbitamente el rostro y propinó un golpe con el revés de la mano, apuntó con el bisturí con gesto de matador, y lo introdujo por uno de los surcos que había hecho con el otro cuchillo, entre la piel y la carne.

Con la precisión de un cirujano, movió el bisturí hacia arriba, deslizándolo con suavidad. Lo movió hacia la derecha, para continuar moviéndolo en una trayectoria descendente. Con una pinza, agarró el pequeño trozó de piel que había separado de la carne y tiró de él lentamente, mientras Elinoa lloraba, lloraba con lágrimas secas, pues ya no podía llorar más, y chillaba, chillaba desconsoladamente sin voz, pues ya no podía chillar más.
Un último tirón y listo. Un cuadrado de piel perfecto. El artista observó su obra y el material que había utilizado, un material de aspecto patético, desesperado. Entró en un éxtasis total y comenzó a arrancar más trozos de piel, cada vez más rápido, cada vez más emocionado y fascinado. Parecía un pianista tocando una sinfonía. Hasta que arrancó en último trozo. Lamió el bisturí y observó la cara de Elinoa. Estaba en carne viva. Sus ojos le miraban entre un mar de carne y sangre, de un rojo intenso, con una mirada de desesperación, incomprensión, odio. Impotencia.

Clavó el arma en el ojo derecho, como un torero entrando a matar. Con el índice y el pulgar de la mano izquierda, y ayudándose del bisturí, extrajo el ojo, clavado como una piruleta. Lo acercó a la boca de su propietaria y empujó hasta hacérselo comer. Vomitó. Y le hizo volver a comer hasta que paró de vomitar. Le lanzó una botella de whisky a la cara, que se rompió en mil pedazos que se clavaron en ella, e introduciéndose por su cuenca vacía y su cara despellejada el corrosivo líquido que hacía su agonía aún más inhumana.

Con un tenedor, extrajo el segundo ojo y volvió a hacérselo comer, moviendo la mandíbula para masticarlo y sentir el crujido y luego el líquido gelatinoso del interior. Agarró el cuchillo clavado en la pierna y lo arrancó, lo que hizo que una fuente de sangre brotara de la pálida chica. Con la precisión de un espadachín, dio un tajo, otro, y otro más, ¡y otro!¡ja, ja, ja!¡y otro! Hasta que cayeron al suelo las entrañas de Elinoa y su inexistente rostro esbozó una última mueca de desespero.

El artista observó, orgulloso y con su aterradora sonrisa su obra, cogiendo las vísceras y lanzándolas por encima. Se sentía bien, pensó en su barrio. Sí, su barrio sería el Montmatre del nuevo arte, el arte más humano, y él sería el mesías de este nuevo movimiento. Se dispuso a salir de la habitación con el cuchillo en la mano, en un arranque de locura. Se apoyó con la espalda en la vieja puerta de madera. Clavó el cuchillo en su garganta, comenzando a dar espasmos y ahogándose en su sangre, mientras el cuchillo clavado en su garganta y la puerta le impedía caer al suelo. Quedó con el aspecto de una marioneta.

Toda la habitación estaba empapada en sangre, sangre que cae, sangre que gotea, siguiendo un ritmo de música celestial.

Dilbert el ingeniero – El don


No podrá llevar una vida normal, será ingeniero…

By: J-Fénix

Cutre Films – Stickman fight 1


Lo que ocurre al coger un programa de la DSi llamado Flipnote…

By: J-Fénix

¡Hazte industrial!


Espero que la canción os llegue y os hagáis industriales. Espero veros por la facultad, os estaré vigilando Ò.Ó

By: J-Fénix